Tbourida, el arte ecuestre que ha logrado ser Patrimonio Inmaterial de la Humanidad
La Tbourida es algo más que un festival ecuestre de nombre impronunciable. Desde el pasado mes de diciembre, este arte antiguo, que recuerda la valentía de los jinetes bereberes, es Patrimonio Inmaterial de la Humanidad y sigue aún ligado a la tradición de Marruecos, pasando de generación en generación.
Quien haya tenido ocasión de ver una Tbourida, no lo olvida nunca. “Tbourida” proviene de baroud que significa pólvora. Su origen se remonta al siglo XV y, al estar ligada a la celebración de rituales ceremoniales, se impregna de una dimensión espiritual que pone en el centro al caballo, considerado sagrado para los musulmanes y una de las razones por las que los jinetes árabes han estado siempre considerados entre los mejores del mundo.
En realidad, la Tbourida, que se celebra tradicionalmente en las regiones montañosas del Atlas Medio, simula la táctica militar de ataque -o kerr- y retirada -o ferr-, en la que los jinetes galopaban hacia sus enemigos acostados sobre el lomo de sus caballos, lanzando gritos amenazantes y disparando sus armas, para replegarse a continuación y después volver al ataque.


Un despliegue de habilidad
Hoy en día, la Tbourida es realizada por una tropa de jinetes llamado sorba, cuyo número, siempre impar, oscila entre los 15 y los 25. Tras realizar sus abluciones y rezar colectivamente, los jinetes se alinean en sus cabalgaduras, con el jefe de la tribu, el mokaddem, situado en medio.
A sus órdenes se produce la hadda, en la que los jinetes realizan un saludo exhibiendo sus armas y volviendo a la posición de partida. Después tiene lugar la talqa, en la que galopan unos 200 metros de forma sincronizada. Llegados a un punto, sueltan las bridas, levantas sus armas con ambas manos, disparando la moukhala al unísono hacia el cielo o hacia el suelo. El gran estruendo, llamado baroud, supone una auténtica descarga de adrenalina para un público entregado, casi en trance.
A veces, todo ello se acompaña de gestos acrobáticos, con los jinetes puestos de pie en sus sillas, lanzando sus armas para atraparlas en el aire o tumbando a los caballos sobre sus cuartos traseros, mientras las mujeres responden a cada gesto con ululeos de aliento.
Todo en la Tbourida está medido al detalle, comenzando por el atuendo de los jinetes, que van ataviados con las vestimentas de época propias de sus tribus, luciendo caftanes, un pantalón ancho llamado seroual, turbante y babuchas, pequeños ejemplares del Corán colgando de sus cinturones y ornamentadas dagas de estilo árabe envainadas en sus fundas. En algunos casos, también se luce una gran capa de lana o selham, mientras que las bridas y las sillas de los caballos, habitualmente damasquinadas, están profusamente ornamentadas.

La Tbourida en el arte
La Tbourida ha causado un gran impacto a los ojos occidentales a través de los siglos y es mencionada desde el siglo XVIII en los testimonios de los viajeros que se adentraban en el Magreb. La primera pintura que recoge la Tbourida se le atribuye al pintor flamenco Jan Cornelisz Vermeyen, en el siglo XVI. Sin embargo, fue Eugène Delacroix quien la dio a conocer en Occidente con la obra “Fantasía o juego de la pólvora frente a la puerta de entrada de la villa de Mequinez”, en 1832.
Contaba el pintor que una deslumbrante mañana de marzo asistió en esta localidad a su primera Tbourida. Así lo describía en su diario: “Nuestra entrada aquí, en Mequinez, fue de una belleza extrema, y es un placer que se puede esperar experimentar solo una vez en la vida. Todo lo que pasó ese día fue solo un complemento a lo que el camino nos había preparado. Cada instante nos encontrábamos con nuevas tribus armadas que hacían un terrible gasto en pólvora para celebrar nuestra llegada”. A su llegada a Francia, Delacroix plasmó lo que había visto en una acuarela, hoy en el museo del Louvre.
La Tbourida hoy en día
La Tbourida sigue teniendo lugar en los moussems, en las fiestas agrícolas relacionadas con la siembra o la cosecha, o también a las festividades religiosas tradicionales, como el final del Ramadán o el nacimiento del profeta Mahoma. Y aunque hoy tiene un importante componente turístico y lúdico a través de competiciones, también se siguen celebrando de manera privada para honrar la visita de una personalidad a las aldeas en las que tienen lugar, en nacimientos y en bodas, en las que los jinetes acompañan a la novia a su nuevo hogar.
Los festivales ecuestres suelen celebrarse en verano o a principios del otoño. En Rabat, cada mes de junio, tiene lugar una competición donde más de 20 poblaciones de Marruecos luchan por llevarse el trofeo. En Meknès, el espectáculo suele tener lugar en el mes de julio.
También se pueden contemplar en el Mussems de Had Dra, en la región de Essaouira, y en Tissa, en las montañas del Rif. Y en el Moussem de Tan Tan, donde se reúnen para competir cerca de un millar de jinetes experimentados.
Mujeres a lomos de un caballo
En algunos de estos espectáculos ya participan mujeres, habitualmente hijas de jinetes experimentados. Recientemente, el canal alemán DW grabó un documental llamado “Mujeres guerreras de Marruecos”, que tiene de protagonista a Afrae Ben Bih, al frente de un equipo femenino que compite cada año en la Tbourida de Mediouna, cerca de Casablanca, junto a otros 500 jinetes, la mayoría hombres.
Tras pasar toda su infancia a caballo, Afrae entiende que los tiempos han cambiado para las mujeres, cuya valentía no es montar un caballo, sino abandonar sus tareas domésticas para realizar una actividad hasta hace poco considerada exclusivamente masculina. Ella es, hoy en día, todo un orgullo para su familia y su pueblo.
Si se le pregunta a un jinete de Tbourida cuáles son las cualidades que hay que tener para participar en uno de estos festivales, no solo hará referencia a un buen dominio del caballo, sino que, probablemente, cite la resistencia, la disciplina y la destreza. Tres pilares en los que se apoyan los jinetes marroquíes que hacen de la Tbourida todo un arte ancestral. Un espectáculo de fuerza y vigor que, con el paso de los siglos, sigue fascinando a todos los que tienen el lujo de contemplarlo, al menos una vez en la vida.