La historia de Sara Marrakech
Actualizado el 06/07/2021
La autora de la entrada de hoy es Sara, de Mon déjà vu, un blog distinto sobre Marrakech y Marruecos en general, cuyo principal enfoque es desnudar el alma de los lugares que tanto le han marcado. Os dejamos con su particular relato; esperamos que disfrutéis tanto como lo hemos hecho nosotros.
Para los que aún no me conozcáis, me llamo Sara y soy de Madrid. Dicen que todos tenemos una historia que contar, algo que nos marca, que nos transforma como personas. Hoy vengo a contaros una parte de mi vida muy especial: mi historia con Marruecos.
Desde pequeña siempre me he sentido atraída por lo árabe, por el mundo mágico de Aladín y el misterio que desprende. Quizás eso era el primer síntoma de algo que ya estaba destinado; ellos lo llaman “maktub”, la antesala de lo que iba a suceder con el paso de los años.

En el 2010, decidí abandonar la carrera de filología hispánica que había empezado, para tomar la decisión que cambiaría mi vida por completo, cambiarme de estudios y hacer algo que me hiciera feliz, algo que me llenase, que mereciese la pena madrugar durante las frías mañanas madrileñas: filología árabe.
Claro, no es algo que sea muy común estudiarlo. De hecho, hay mucha gente que aún no sabe lo que es, pero eso es otro punto a parte. Fue empezar la carrera y aprender mis primeras palabras en árabe, lo que más ilusión me hacía. El poder comunicarme con un pueblo al que amaba sin todavía haberlo conocido.
Aunque yo ya había tenido amistades marroquíes anteriormente, fue allí donde más me empapé de su cultura y su religión porque, desde el principio, tuve la oportunidad de conocer a unas cuantas chicas del país vecino que me ayudaron a comprender mejor ese mundo.
Quizá fue curiosidad, pero aún recuerdo el momento en el que cogí por primera vez un Corán de la biblioteca; quería saber qué es lo que ponía en esas páginas. Pasaron semanas de lectura, y largas conversaciones conmigo misma para intentar descubrir qué es lo que me estaba pasando. Era algo que me llenaba, que me hacía sentir feliz y cómoda. Al final, como decimos los musulmanes, “fui guiada”, y una lluviosa mañana de enero del 2011 pronuncié mi shahada empezando así una nueva etapa.
Unos meses más tarde, organizamos con la carrera un viaje a Marrakech. Mi primer viaje a Marruecos, un sueño hecho realidad. Parece como si ahora estuviera viviendo ese instante en el que me bajé de ese avión y esas escaleras, con una mezcla de miedo, expectación, ilusión, curiosidad…

Cuando iba en el taxi me fijaba en todo, absolutamente en silencio, como procesándolo por dentro. Lo viejos que eran los coches, los burros por la calle, las mezquitas, y ese color rojizo de la ciudad que la hace única y especial. Esa primera toma de contacto con una ciudad, con una tierra que me robó el corazón, como aquí lo llaman, fue amor a primera vista.
Y regresé, por supuesto, pero cuando verdaderamente me di cuenta de que en ese lugar volví a nacer, de que ahí precisamente me encontré conmigo misma definitivamente y de que ya no había vuelta atrás, fue en mi primer Ramadán en Marruecos. El poder vivir esa experiencia tan grande rodeada de tantos fieles, escuchar el adhan y cerrar los ojos para sentirlo mejor, para que ese momento fuese eterno y no se acabase nunca. El privilegio que tuve de rezar en la mezquita Koutoubia e imaginar cómo lo hacían hace siglos. Esa mezquita, símbolo de Marrakech que aparece estampada en miles de postales, fotografiada hasta la saciedad desde todas las perspectivas, vigilando a solo unos metros la impresionante Plaza Djemaa el-Fna.
Djema el-Fna, la Plaza de Marrakech, la Plaza del mundo, la Plaza de los curiosos, de buscavidas y de los soñadores. Me gusta sentarme desde algún café y observar lo que pasa ahí abajo. Me quedo hipnotizada, con el movimiento incesante y la vida que desprende la Plaza. A veces me pregunto: ¿habrán captado su esencia?, porque la Plaza es un gran teatro viviente, una metáfora de la vida y nosotros formamos parte de ella. Si no intentas descubrir su magia y adentrarte en su esencia, despídete: nunca lo conseguirás.

Allí los atardeceres son mágicos. Cuando estoy abajo, en plena Plaza, me gusta ver como los rayos del Sol acentúan el color rojizo de los edificios que la rodean, y como esa luz se refleja en los rostros de la gente, de esas almas andantes. Es el momento mágico del día, cuando empieza a caer el Sol, y el cielo anaranjado abre paso a la oscuridad de la noche.
Djema el-Fna es el corazón de Marrakech, su centro neurálgico. Pero la magia de la ciudad también se encuentra en sus “arterias” y a las afueras. En monumentos tan importantes como la Madrasa ben Youssef, una de las escuelas coránicas más bonitas de Marruecos. En el Palacio Bahia y Dar si Said. En el Museo de Marrakech, con esa gigante lámpara en el centro de la sala, y sus interesantes exposiciones de cerámicas, cuadros, joyas, y demás objetos tradicionales. Los Jardines Majorelle, un verdadero oasis a las afueras de la medina, con ese azul de sus paredes tan característico. La puerta de Bab Agnaou, una verdadera joya de la arquitectura almohade, mi favorita para entrar a la Kasbah. Y por supuesto, el estanque de la Menara, para desconectar del ajetreo de la medina durante unas horas.

En Marruecos he aprendido lo que significa la hospitalidad, el compartir todos un plato puesto en el centro de la mesa y hacerte sentir como si estuvieras en casa. He aprendido que quien menos tiene es el que más da y que hay gente tan pobre que solo tiene dinero, que la vida consiste en pequeños detalles que a veces pasamos por alto, que la felicidad solo se consigue cuando haces algo que realmente amas, que la vida hay que lucharla día a día porque es una auténtica supervivencia y que aquí, nos tienen siempre en una burbuja, no sea que nos hagamos daño. He recuperado mis cinco sentidos con los olores del zoco, y en muchas ocasiones mi sentido de la orientación en la medina, pero eso no importa. Me gusta perderme por sus rincones, comprobar que aún quedan sitios en el mundo en los que aún queda algo improvisado, que no es cuadriculado, que es natural como la vida misma.
Allí recuperé mis ganas de seguir soñando, soñar que vivo ahí en un futuro no muy lejano, in sha Allah. Formar parte de esa vida, que transcurre por sus calles entre viejas conversaciones de la medina…una vida que me llena y nace por dentro.
Y es que “a algunos lugares nunca se llega, porque jamás se partió de ellos”.
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Sara,
desde hace muchos años viajo con frecuencia a Marrakech por que me gusta y también de trabajo, creo que haz explicado muy bien las sensaciones de Marruecos, y los colores y los olores todo lo que tu expones es real , almas andantes y los pobres, que solo tienen dinero,…. Marrakech tiene una magia especial que no sabes porque hay cosas y detalles que te dejan con la boca abierta, a mi me gusta mucho también y te felicito por tu blog. Espero poder tomar un té contigo en el Café » La France» . Desde Granada un fuerte abrazo.
Sara con tu relato sólo has incrementado mi deseo de volver, con más tiempo, a descubrir la mágica ciudad que describes.
¡gracias!
Amanda
Wow!!! me ha encantado yo estoy deseando ir a Marruecos. De alguna forma me siento enamorada de ese país. No se si tienes instagram si lo tienes buscame Lolita_viajera. Gracias por tu historia
Salam Aleikum! Me ha encantado tu historia Sara. Y si vuelves por aquí me encantaría quedar contigo y conocerte en persona. Un abrazo desde Marrakech Bislama
me ha encantado Sara
Bueno , me ha encantado como ha quedado ..¡.estoy sin palabras ahora mismo ! muchas gracias por la oportunidad de contar mi historia 🙂 un saludo y feliz día.
Otro saludo a ti, y muchas gracias por tu colaboración, nos alegra que te guste como ha quedado! Besos