Jardines Majorelle en Marrakech
Es Marrakech una ciudad que asume —y se enorgullece— de su identidad caótica y excesiva. Pero si los silencios forman parte incluso de la partitura más estruendosa, también existen espacios en la perla roja donde el bullicio se precipita en sus límites.
En uno de estos lugares las motos sorteando viandantes se transforman en plantas alzándose en busca de sol y la contundencia rítmica de la música gnaoua pasa el testigo al susurro del agua: los Jardines Majorelle.
El origen
Teniendo como padre a un ebanista y cofundador de una escuela de Art Nouveau, punto de encuentro de artistas de las más diversas disciplinas, era inevitable que Jaques Majorelle destinara su vida al arte, estudiando primero arquitectura para finalmente dedicarse a la pintura.
Motivado tanto por mejorar su salud como por el interés que le despertó la cultura del Islam gracias a su estancia en Egipto, se mudó a la ciudad de Marrakech, tomándola de punto de partida para explorar la irrepetible combinación de colores que conforma el continente africano. Sólo hicieron falta tres años para entender que aquel lugar era su hogar, comprar una parcela a las afueras del ajetreado bullicio de la medina y construir una casa y un taller.
Es el coleccionismo algo inherente al ser humano: nos permite objetualizar nuestra historia y definirnos. A Jaques Majorelle le apasionaba la botánica, siendo la incorporación de un jardín poblando su finca con especies de los más diversos rincones la mejor manera de testimoniar sus viajes por el mundo.
Pero como suele ocurrir, el coleccionismo se volvió avidez, y para costear el increíble mantenimiento de la villa no tuvo más remedio que abrirla al público. Diferentes problemas financieros, personales y de salud le obligaron a ceder progresivamente partes de la misma y cuando falleció en Paris, viéndose obligado a mudarse meses antes para recuperarse de un accidente, ya nada le pertenecía.
Sumida la parcela en el abandono y con la amenaza de ser demolida para edificar un hotel, Yves Saint Laurent y Pierre Bergé se vieron en el deber de rescatarlo. Una labor basada en respetar la esencia del lugar pero desarrollándolo, aumentando considerablemente el número de especies y redefiniéndolo tanto en diseño como en usos. Un trabajo continuista pero creativo.
Cuando Yves murió en París, sus cenizas fueron esparcidas en los jardines y levantado un memorial en su honor, en el que se erige una columna romana traída de Tánger sobre una base con el color característico marraquechí. Finalmente, Pierre Bergé delegó su gestión a la fundación que lleva el nombre de ambos.
Los Jardines
En los jardines Majorelle se exhiben especies arbóreas traídas de los cinco continentes de manera majestuosa pero estudiada, interrumpiéndose con elementos decorativos y construcciones de diseño moderno y vivas tonalidades. A priori, algo que poco o nada tiene que ver con Marruecos, salvo contados guiños en forma de tejados, pérgolas o cenefas árabes.
Pero es ésta una obra que tanto bebe del lugar en el que se construye como del autor que la crea. Es la particular visión pictórica de Jacques Majorelle del país, donde la geometría monolítica y repetitiva de las kasbahs y medinas contrasta con los vibrantes colores que brotan de la naturaleza, de la cerámica y sobre todo de la ropa del pueblo amazigh, verdadero patrimonio cultural del país.
Esa intención queda patente cuando se recorre y, más que atravesar espacios, parecen desfilar una sucesión infinita de cuadros. Escenas impresionistas formadas por infinitas tonalidades de verdes con los bambúes, cactus y nenúfares como principales protagonistas, en clara contraposición y sin embargo dialogando con brochazos de amarillos, naranjas pero, ante todo, azules purpúreos e intensos que conforman alfarerías y arquitecturas.
Dentro de esas edificaciones destaca la acequia que atraviesa de lado a lado la villa y que conecta en un extremo con un pabellón y por el otro con una fuente, que junto con el resto de las construcciones se sitúan en el borde derecho del recinto, sirviendo como colofón final de una visita circular.
Forman parte también de este tramo un estanque con nenúfares, un café, una librería, una galería de posters y una boutique, estos dos últimos dedicados a la producción de Yves Saint Laurent.
Sin embargo, lo más señalable de la última parte es el museo bereber, que ocupa la mayor parte del antiguo taller y donde es tan importante continente como contenido. Dividido en tres salas, en la primera se muestran objetos de la vida cotidiana amazigh y en la segunda vestidos tradicionales de diferentes regiones del país, que gracias a su disposición y a una colección de alfombras dispuestas en cascada producen un sorprendente dinamismo.
Mención aparte merece la sala de joyas y complementos, objetos que no sólo obedecen a una función estética, sino también social y de identidad tribal, así como una forma muy efectiva de ahorro. Repartidos en un expositor semicircular que abraza al visitante, sirve además de base a 6 bustos equidistantes, lo que unido a un calculado sistema de espejos y un techo simulando un cielo estrellado proporcionan un ambiente tan místico como humano.
Visitando los jardines es inevitable pensar que se asiste a una obra de arte compleja y viva, un diseño exquisitamente atemporal y estudiado al milímetro. Y una vez se sale ya no se podrá dejar de relacionar con la urbe compleja, contradictoria y siempre dispuesta a sorprender que es Marrakech.
Imágenes del mapa y del interior del museo bereber propiedad de los Jardines Majorelle y publicadas bajo su permiso
Si quieres saber más sobre la ciudad, visita nuestra guía de turismo en Marrakech.
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