Postales de Marruecos en Otoño
El otoño es una época fantástica para viajar a Marruecos. El recorrido turístico se transforma en una aventura cromática, con una luz tan nítida y con tanto peso que se puede llegar a fotografiar. En las ciudades, los días, cada vez más cortos, regalan unas temperaturas templadas y unos atardeceres donde la paleta de colores se expande dentro de los límites de horizontes infinitos.
Las postales de Marruecos en Otoño reflejan, inevitablemente, algunas de las ciudades más importantes del país. El sol se eleva menos en el cielo, dándonos un respiro con su trayectoria horizontal. Las mezquitas adquieren nuevos volúmenes y las sombras en el zoco se alargan. El resultado son unos días ideales para pasear y tomar fotografías. Sin prisas, permitiendo que nuestra intuición guíe el camino y dejándonos llevar por lo que respiramos, vemos y sentimos.

Casablanca, el mármol como espejo
En Casablanca, el otoño se asoma al mármol majestuoso de la Gran Mezquita Hassan II, asentada sobre una península artificial levantada para honrar el verso del Corán que indica que “el trono de Alá se erigió sobre las aguas”. Es la segunda más grande del mundo islámico y su minarete, con cerca de 200 metros, el más alto.
Al atardecer, el mármol de Agadir, y el cobre y titanio de las puertas, reflejan la caída del sol. Y el minarete, con sus patrones geométricos en azules, verdes y blancos parece un espejo en el que se mira el agua que rodea la mezquita.

Chaouen, un otoño de cuento
Recorrer una ciudad de cuento como Chaouen es el mejor plan para un día de otoño. En las estribaciones de la montaña del Rif, y antes de que se eche encima el invierno, resulta muy agradable pasear por sus calles de casas encaladas, con tantas tonalidades de azul como solo puede alcanzar un cielo de otoño que no conoce la palabra contaminación.
Un paseo visitando la medina, la mezquita o la alcazaba puede terminar en uno de los múltiples cafés, tomando un té con hierbabuena acompañado de un dulce. Los días se acortan en otoño, pero la magia de este lugar único en el mundo sigue intacta.

Fez, un viaje en el tiempo
Fez es una de las ciudades imperiales de Marruecos. Cuenta con la mayor zona peatonal del mundo y una medina que fue declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1981. El otoño en esta ciudad se refleja en las herramientas de los miles de artesanos que trabajan el cuero, el bronce, la madera y las alfombras.
Asomados a uno de los edificios que rodean la curtiduría Chouwara, o Plaza de los Curtidores, veremos cada uno de los colores en las enormes cubetas de los tintes naturales, agrupadas como si un panel de abejas se tratara, y las pieles tendidas al sol. El oficio de curtidor es uno de los más duros del planeta y esta plaza recoge toda la gama cromática del otoño concentrada en un arcoíris que, sin embargo, no entiende de estaciones.

Marrakech, la ciudad roja
El otoño es una época que Marrakech vive con todo su esplendor, una vez han quedado atrás los rigores del verano. En esta época del año, lo mejor es disfrutar del atardecer desde una azotea. Si las vistas son de la Plaza de Jemaa el Fna se convertirán en un espectáculo inolvidable.
Allí se dan cita cuentacuentos, adivinos, vendedores de zumos frutas, encantadores de serpientes y aguadores. Y la plaza se convierte en el centro del mundo, como si no existiera nada más fuera de sus límites. Resulta muy interesante ver cómo va cambiando en el periodo del tiempo a caballo entre el día y la noche, cuando los colores arcillosos de la ciudad se van apagando y se encienden las luces como prolegómeno de una noche única.

Tánger, el sabor más auténtico
Tánger vive en la calle y su vibrante medina está rebosante de vida. El otoño se cuela en el entramado de sus calles estrechas, con pequeños puestos que ofrecen comida de todos los colores, sabores y aromas.
El otoño en Tánger tiene el olor del batbout, el típico pan plano que podemos encontrar en cada esquina. Y el color de las mil y una variedades de aceitunas, en vinagre y en sal, negras, encurtidas, en adobo, rojas, verdes y anaranjadas. Y también encontramos los placeres de la estación en el nougat, una mezcla de almendras, miel y azúcar, cuyo riquísimo sabor bien merece un viaje a Marruecos.

Tetuán, atardecer en la medina
Las calles de Tetuán son un gran museo etnográfico, con la capacidad de sorprendernos en cada esquina. El bullicio del zoco nos trae en primer plano el sonido de los artesanos trabajando la madera y los zelliges, obras maestras del esmaltado, mientras el sol va cambiando de tonalidad el encalado de las casas de la medina, declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1997.
Las babuchas de colores, las telas, las alfombras y las especies: mil objetos con infinidad de tonalidades diferentes nos recuerdan que el otoño sigue avanzando a pasos agigantados y hay que disfrutar de la vida en la calle antes de que pierdan intensidad ante las inclemencias del inverno. El rincón de los artesanos da paso al de los tejedores, y éste al de los joyeros, pasando por la venta de frutas y dulces. Ambientes llenos de encanto que nos permiten salir al encuentro de un Marruecos aún más real.
Pueblos azules, ciudades rojas y pinceladas de luz cálida tiñendo de ocre las casas encaladas, haciendo más evidentes los contrastes y perfilando los recuerdos que nos llevaremos del viaje. El otoño en Marruecos es, más que una estación, un auténtico regalo.