Procesión de los Cirios de Salé: religión, folclore y color
El Moussem Dour Chmaa, o Procesión de los Cirios, es una de las grandes celebraciones de Salé, ciudad vecina de Rabat. Un día de fiesta en el que todo el mundo sale a la calle para celebrar el Aid el Mawlid, la festividad que conmemora el nacimiento del profeta Mahoma. Una ocasión especial que, desde el siglo XVII, pone a toda la ciudad a bailar al son de las trompetas y los tambores, mientras enormes cirios de mil colores son portados por voluntarios, en una celebración que recuerda ligeramente a la Semana Santa española.
Aunque la procesión tiene como objeto venerar a Mahoma, tal y como ocurre en muchos países islámicos, lo cierto es que los islamistas más puristas la consideran alejada de la tradición religiosa. A pesar de ello, es una de las más esperadas por la población, y reúne en la calle tanto locales, como marroquíes procedentes de otras regiones del país y visitantes que asisten a la explosión de alegría que provoca el paso de los cirios.
Procedente del imperio otomano
La Procesión de los Cirios fue importada a Marruecos procedente del imperio otomano. El sultán saadí Ahmed Al Mansour visitó Turquía en el siglo XVI y quedó maravillado por la celebración con velas que tenía lugar en Estambul. A su regreso a Marruecos encomendó la organización de la procesión a Ibn Hassoun, quien encargó la fabricación de la estructura de los cirios a los mejores artesanos de Rabat, Salé y Fez. Hoy en día es la familia Hassouni, descendiente del santo sufí y del profeta Mahoma, la encargada de organizarla.
Dos meses antes de que tenga lugar comienzan a fabricarse los chumua, trece enormes estandartes de madera que estarán cubiertos de teselas de cera en diferentes colores, entre los que predomina el rojo, blanco, amarillo, verde y azul. Con forma alminar de mezquita que se alza altivo hacia el cielo, está compuesto por arcos lobulados y estrellas marroquíes. Le acompañan enseñas como la clásica de “Allah, el Watan y el Malik” o referencias al rey de Marruecos, Mohamed VI, y de su padre, Hassan II.
Un recorrido por la medina
A diferencia de las procesiones en España, en el transcurso de la celebración no se venera ninguna figura religiosa, ya que están prohibidas por el Islam. Y tampoco se encienden las velas. Simplemente se pasean por la medina, hasta la plaza de los Mártires, ya que la procesión finaliza en la misma casa de la familia Hassouni.
El carácter religioso de la fiesta hace que todo el mundo se ponga sus mejores galas. Los hombres con sus chilabas y babuchas, en un traje típico donde no falta el fez o sombrero rojo tradicional marroquí. Y ellas, con sus preciosos kaftanes de diferentes colores y las manos decoradas con henna. Todos quieren celebrar, un año más, una festividad que se ha celebrado en Salé desde hace siglos.
En busca de baraka
Los voluntarios cargan los 15 kilos que pesa cada vela. Las apoyan en la cintura durante las tres horas que dura el recorrido. A su alrededor no faltarán los jóvenes estudiantes del Corán y los gnawas, los míticos músicos descendientes de los esclavos que bailan dando vueltas en trance.
Detrás, camiones adornados con flores y hojas de palmera, y todo un ejército de aguadores, vendedores ambulantes y personas que se han saltado las vallas dispuestas a lo largo del recorrido. Las mujeres y los niños van detrás de la comitiva, en busca de los pequeños trozos de cera que se caen de las estructuras con el vaivén de los portadores de los estandartes. Los recogen y se los guardan como un tesoro, bajo el convencimiento de que están llenos de baraka o bendiciones.
Durante la tarde de la procesión y los días siguientes se vive un ambiente de fiesta en la calle de esta localidad de 400.000 habitantes, separada de Rabat por el río Bu Regreg. Mujeres, hombres, ancianos y niños se concentran para bailar, danzar y rezar en la mezquita. Allí leen el Corán y piden al santo protección y favores.
La festividad de los cirios de Salé es mucho más que una procesión. Los trabajados cirios, profusamente decorados con cera de colores, son portados en un recorrido por la medina que despierta el fervor popular en una celebración que conjuga religión, folclore, música y trance. Cuatro siglos de tradición para honrar el nacimiento del profeta Mahoma y una celebración capaz de sorprender por ser ligeramente parecida a las procesiones católicas.