Mohammed Chukri, el hombre que bajó a los infiernos y resurgió como escritor
Hay quien dice que para escribir bien hay que haber vivido apasionada e intensamente. Si esta máxima es cierta, el escritor Mohammed Chukri podría convertirse en el paradigma perfecto del escritor que bajó a los infiernos y resurgió de sus propias cenizas a través de la literatura como el ave fénix.
Chukri nació en 1936 en Beni Chikar, un pueblo del Rif que pertenecía por entonces al protectorado español de Marruecos. Con diez años su padre desertó del ejército español y la familia se trasladó a vivir a Tánger, donde aprendió a hablar español, ya que utilizaba habitualmente la lengua rifeña, un dialecto bereber. En esta ciudad, Mohammed, que nunca fue a la escuela, empezó a ganarse la vida haciendo de guía para los marineros que llegaban a la ciudad.
Una infancia que determinó su futuro
La infancia de Mohammed Chukri fue muy desgraciada. Su padre, alcohólico y violento, maltrataba a la familia. Solía atar a sus hijos a un árbol y golpearles con un cinturón de cuero. Cuando Mohammed vio cómo en un ataque de cólera asfixió a su hermano, no se lo pensó dos veces y se echó a la calle. Tenía 11 años y ningún lugar seguro donde estar, por lo que terminó viviendo en los cementerios, rodeándose de prostitutas, drogadictos y maleantes.
En 1955, dominado por el ambiente de miseria y violencia en el que se vio obligado a vivir, terminó ingresando en prisión. Otro recluso le enseñó a leer y escribir en árabe clásico. Y cuando fue puesto en libertad, con 21 años cumplidos, apenas quedaba nada de aquel chaval analfabeto que había ingresado en la cárcel un año antes. Decidido a progresar en la vida, se instaló en Larache y se matriculó en una escuela primaria, terminando sus estudios. Después, se marchó a Tánger, donde pasaría el resto de su vida.
El pan a secas
Chukri combinó durante años la escritura compulsiva con los excesos en los bares, donde se enamoraba ocasionalmente de prostitutas y donde conoció a escritores de su generación, como Tennessee Williams o Paul Bowles. Comenzó su carrera publicando sus primeras obras cortas en revistas literarias como Al Adab, hasta que en 1973 llegó el reconocimiento internacional gracias a su obra autobiográfica “El pan a secas”.
Bowles le ayudó a traducir la obra. Para ello, Chukri traducía mentalmente del árabe clásico al español, y se lo iba dictando a Bowles, que a su vez lo traducía al inglés. De esta manera se fraguó la primera obra de una trilogía que fue editada con un gran escándalo al tratar temas tabús como la pederastia, las drogas o el incesto. La edición en árabe no apareció hasta 1982 y en Marruecos el libro estuvo prohibido hasta el año 2000.
La obra de Chukri no es demasiado extensa. La trilogía de “El pan a secas” se completó con “Tiempo de errores” y “Rostros, amores, maldiciones”. Además, el escritor tradujo al árabe poemas de los hermanos Machado, Gustavo Adolfo Bécquer, Federico García Lorca o Vicente Aleixandre. Al margen de las traducciones, uno de sus rasgos literarios más característicos era su capacidad de mezclar el árabe tradicional con el dialecto bereber propio del Rif que le vio nacer. En cualquier caso, siempre bajo un tono directo, preciso y conciso, a veces crudo e incluso agresivo, y sobre todo lleno de dolor, fiel a los recuerdos que atormentaron al escritor durante toda su vida.
“Me inclino a defender a las clases marginadas, olvidadas y aplastadas. Creo que todas las personas tienen una dignidad que tiene que ser respetada, aunque no hayan tenido oportunidades en la vida”, señalaba Mohammed Chukri en sus entrevistas. Su libro “El pan a secas” fue el que más fama le dio. Fue traducido a 48 idiomas y su éxito le perseguiría para siempre. “Me siento como esos escritores aplastados por la fama de un solo libro”, solía comentar a sus amigos.
Tánger como hilo conductor
En su obra literaria es muy común que Tánger aparezca como telón de fondo. Una ciudad idealizada para los extranjeros por su carácter cosmopolita, abierto, tolerante e internacional en aquella época. Y sin embargo, el escritor se quejaba de que ninguno de los escritores europeos y americanos que recalaban en la ciudad para nutrirse de inspiración era capaz de descubrir su lado más tenebroso, el que él había conocido tan bien a lo largo de su vida. “Cualquiera puede pasar aquí unas cuantas semanas y escribir un librito”, decía con amargura. En este sentido, Chukri siempre se vanaglorió de recibir constantes amenazas que no consiguieron que cambiara ni una coma de lo que escribía.
Tras varios pasos por psiquiátricos a lo largo de su vida, Mohammed Chukri nunca perdonó a su padre. Argumentaba que no había querido tener hijos por el temor de reproducir con ellos la violencia que recibió por parte de la figura paterna. Con una exquisita sensibilidad y un hambre lectora que le llevó a devorar libros durante años, siempre fue consciente de la suerte que había tenido por haber descendido a los infiernos y haber podido resurgir para la sociedad. La lectura y la escritura fueron un refugio donde escapar de la dureza de una vida que pocas veces le dio tregua hasta el final de su vida.
Chukri murió de cáncer en 2003, en el hospital militar de Rabat. Fue enterrado entre honores, rodeado de miembros de la alta sociedad marroquí. Antes de morir creó una fundación, a quien donó sus derechos de autor y sus manuscritos originales. Tampoco se olvidó de firmar un testamento en el que se ordenaba una pensión vitalicia para la que fue su ayudante doméstica durante más de 20 años, la persona que le cuidó hasta el último momento y durante los años en los que muchos le dieron la espalda.
Mohammed Chukri, el hombre que bajó a los infiernos y el escritor que resurgió de ellos para demostrar que frente a la violencia y la sinrazón existe un arma aún más poderosa: la capacidad del hombre de encontrarse a sí mismo a través de la cultura y dejar a la humanidad un legado que no deja de ser un grito de auxilio capaz de traspasar fronteras.