El cielo protector: una lectura donde reconocer el desierto del Sáhara
Tanto en el libro como en la película, los protagonistas de la historia son el matrimonio Port y Kit, quienes acompañados por su amigo Tunner, emprenden un viaje de autoconocimiento y búsqueda de respuestas por el desierto del Sahara. Es precisamente este terreno, con su misterio y su exotismo, el que se convierte en un protagonista más de la historia. Un lugar donde los viajeros occidentales son incapaces de encajar. Un reflejo reconocible de los paisajes saharianos y de todos esos sentimientos que siente cualquier viajero cuando se ve abocado a un lugar que le fascina y a la vez no termina de comprender.
El encanto de Tánger
Paul Bowles sabía de qué hablaba cuando escribió El cielo protector. Viajero incansable, Bowles viajó a Marruecos a los 21 años con el objetivo de profundizar en las diferentes músicas del país, de las que se consideraba un enamorado. Pero en aquel viaje descubrió fascinado un país mágico y que le atrapó para siempre. Hasta el punto de que, tras recorrer el mundo, en 1948 fijó su residencia en Marruecos, donde permanecería hasta su muerte, en 1999.
Siempre en busca de emociones para llenar su vacío existencial y su tendencia a la autodestrucción, Bowles descubrió el magnetismo del Norte de África y en Tánger un paraíso donde poder encontrar su lugar en el mundo, tal y como van buscando los protagonistas de su libro. Muchas de las novelas de Bowles tienen a la ciudad de Tánger como escenario, debido a la influencia que supuso para el escritor vivir en esta ciudad africana, abierta durante la última mitad del siglo XIX a numerosos artistas europeos amantes del continente africano.
Entre la arena y el cielo
Una vez instalado, Bowles tuvo la oportunidad de viajar al desierto del Sáhara en numerosas ocasiones. Un lugar al que calificó como “el lugar más bello del mundo, precisamente porque allí no hay nada. El cielo tiene luz, pero no es verdad, no está allí. Solo está la noche, siempre”.
En el Sáhara decidió ambientar El cielo protector y situar allí a sus personajes, en un terreno que describe con precisión fotográfica. Un lugar donde el día transcurre a otro ritmo, escurriéndose entre los dedos como la arena del desierto, y en el que al caer la noche un manto de estrellas protege a los viajeros. “El cielo aquí es muy extraño. A veces, cuando lo miro, tengo la sensación de que es algo sólido, allá arriba, que nos protege de lo que hay detrás”, comenta Port a su mujer en el libro.
Probablemente el éxito de El cielo protector viene de la facilidad de Paul Bowles a la hora de atrapar atmósferas y describir un paisaje desolado para personajes en permanente estado de tránsito, que huyen de una tristeza que siempre les persigue. En el libro, los tres norteamericanos emprenden un camino sin rumbo, sin metas y sin conocer qué les puede deparar el destino. En un estado de semiinconsciencia, con la incapacidad de comunicarse correctamente con las gentes que se encuentran, ni tampoco de saber qué es lo que están buscando. Son viajeros que llevan sobre sus hombros el precio de su propio dolor y navegan entre dos mundos, el occidental, del que se muestran cansados, y el africano, que les fascina pero del que se sienten ajenos.
Regresar de un largo viaje
Bowles es experto en describir los paisajes desnudos del Sáhara y sus pueblos, que tanto recuerdan a los nómadas. Un paisaje duro, como el desierto interior que arrastran los protagonistas. Un escenario bello y poderoso, que trasciende al hombre.
Terminar El cielo protector es como regresar de un largo viaje, donde permanecen en nuestra retina los recuerdos de todo lo vivido. Sonidos, sensaciones, olores y estímulos que nos impresionaron y nos hicieron conocer mejor el país. Ciudades que recordaremos según nuestro estado emocional en ese momento. Casas, plazas, cafés y dunas del desierto en nuestras fotografías y nuestra memoria.
El cielo protector es también un libro que nos recuerda que existe la opción de sentirse viajero y no turista, de fusionarte con el país que te acoge con los brazos abiertos. Con la intensidad de sus paisajes al amanecer, con el aire abrasador del mediodía, con la sensación de la arena del desierto entre los dedos y el sobrecogedor espectáculo de las estrellas al caer la noche. “Casi todas las noches suenan tambores. Nunca me despiertan; los oigo y los incorporo a mi sueño como las llamadas nocturnas de los muecines. Aun cuando en el sueño esté Nueva York, el primer Allah akbari borra el telón de fondo para trasladar lo que sea a África del Norte, y el sueño sigue…”, escribe Bowles.
El cielo protector, una de las obras maestras de Paul Bowles, es una invitación permanente a navegar por ese desierto del Sáhara que tan bien conocía el escritor. Una oportunidad única para trasladarse a un paisaje diametralmente distinto al mundo occidental y disfrutar con cada palabra… o cada secuencia de la película, si preferimos el formato de la gran pantalla. ¿La diferencia? En el libro nos imaginamos el desierto y en la película lo contemplamos gracias a su preciosa fotografía. Que cada cual escoja su escenario perfecto.