Ibn Battuta, el mayor viajero musulmán de todos los tiempos
Cuando partió de viaje hacia la Meca, nadie podía imaginar que Ibn Battuta tardaría tantos años en regresar a casa. “Me alejé de la patria como los pájaros dejan el nido”, diría años más tarde. La travesía le llevó desde el Norte de África hasta China, pasando por el sureste europeo, Oriente Medio, el centro y sureste asiático, Rusia, India y Ceilán. Y en la última parte de su periplo a los reinos de Al-Ándalus y al África subsahariana. En total, cuatro peregrinaciones a la Meca y un sinfín de experiencias, viajando a pie, en barco o a caballo. Durmiendo en grandes palacios o en las ermitas más humildes, dependiendo de con quién se encontrara el viajero por el camino.

Lugares mágicos en su periplo viajero
A Ibn Battuta le impresionaron diferentes ciudades, entre ellas Alejandría, a la que califica como “una perla resplandeciente y luminosa, una doncella fulgurante con sus aderezos”, si bien al viajero le apenó cómo su famoso faro ya amenazaba ruina.
De Alejandría al Nilo, con su rica agricultura, y de allí a la Meca, pero tomando la Ruta de la Seda, donde atravesó el desierto arábigo uniéndose a las caravanas beduinas. Tras oportunas paradas en Palestina, El Líbano y Siria, le llegó el turno a Damasco y Medina, antes de visitar la Meca y otros lugares santos del Islam, a los que le seguirían Iraq, Kurdistán e Irán.
Amante de las rutas más difíciles y menos transitadas, Ibn Battuta se embarcó en una travesía por mar que le llevó a conocer la costa oriental africana y el Golfo Pérsico, para pasar después a Turquía y Crimea. En la India ejerció como juez gracias a su formación en leyes. Y en Ceilán, la actual Sri Lanka, le impresionó el Pico de Adán, centro de peregrinación para musulmanes, budistas e hindúes, y el lugar donde, según la tradición, dio Adán el primer paso después de ser expulsado del paraíso.
Al-Ándalus y el África subsahariana
Con más de 40 años y la peste asolando medio mundo, Ibn Battuta regresó a su hogar, pasando antes por Cerdeña, Túnez y Argelia. Su padre había fallecido hacía 15 años y su madre acababa de morir por la terrible pandemia. Sin apenas raíces en la tierra que le vio nacer, se aventuró a cruzar el Estrecho de Gibraltar para conocer Al-Ándalus y posteriormente regresó a Fez, a la que consideraría “la ciudad más hermosa del mundo”. Estaba a punto de concluir 1351 y decidió partir al África subsahariana en busca de Mali, de donde procedían el oro, la sal y los esclavos de la época. Para ello atravesó el Atlas y el desierto del Sáhara, guiado por los tuaregs.
Cuando volvió a su hogar ya había cumplido 54 años y decidió dejar por escrito las aventuras de sus viajes. Al haber perdido el cuaderno donde apuntaba las anécdotas en una de sus múltiples travesías, echó mano de su prodigiosa memoria para dictar al poeta granadino Ibn Yuzayy sus peripecias viajeras. Fue este estudioso de Al-Ándalus el que añadió a sus aventuras citas literarias y poesías de su propia cosecha, y se sospecha que algunos pasajes imaginarios que contribuyeron a incrementar la épica del viaje.

Anécdotas de sus viajes
En el libro se encuentran numerosas anécdotas, como la vez que actuó como juez mandando cortar la mano a un ladrón en la India. Su asombro al ver que los jinetes tártaros bebían la sangre de sus propios caballos cuando se ponían al galope para ser más rápidos. El horror que sintió cuando en India una mujer se lanzó a la pira funeraria de su marido recién fallecido para honrar a su familia.
En las Islas Maldivas se casó y se divorció varias veces. “Yo tuve en estas islas cuatro mujeres, aparte de las esclavas, durante el año y medio que estuve allí”, comenta en su libro. Historias sobre sanguijuelas voladoras en Ceilán, la primera vez que vio la planta del alcanfor y el clavo, los siervos que se dejaban decapitar por amor a su rey en Java, el asceta de Delhi que ayunaba veinte días seguidos, o aquella ocasión en que su velero naufragó y tras salvar la vida fue atacado por los piratas.
La peste negra le persiguió en Siria, pero pudo darle esquinazo con infusiones de hojas de tamarindo. Estuvo a punto de morir intoxicado en Mali y en Rusia hacía tanto frío que tenían que ayudarle a montar a caballo porque era incapaz como consecuencia de toda la ropa que llevaba encima para no morir congelado. Todo ello quedó reflejado en su libro de viajes, al que tituló “Presente a aquellos que contemplan las cosas asombrosas de las ciudades y las maravillas de los viajes”. Un nombre tan largo como poco comercial que pasó a la historia como “Rihla”. El original hoy descansa en la Biblioteca Nacional de París.
Un libro que hace historia
El libro de los viajes de Ibn Battuta pasó prácticamente desapercibido hasta el siglo XX. Pero pronto se reconocería como el relato de viajes más importantes del mundo árabe medieval. A pesar de sus contradicciones y exageraciones, hoy sigue siendo estudiado para conocer en profundidad la cultura de la época.
Ninguna de sus estancias por medio mundo le hizo dudar al intrépido viajero de la fe musulmana. Actuó en todo momento como embajador del Corán y criticó todo aquello que le parecía una desviación de sus criterios morales. Ibn Battuta se definía así mismo como “el viajero de los árabes y de los persas”. Pero para muchos la definición se queda corta, al considerarle el viajero con mayúsculas.
Ibn Battuta hizo de los viajes el centro de su existencia. Tras recorrer más de 120.000 kilómetros acabó regresando definitivamente a su hogar familiar, pero poco se sabe de los últimos años de su vida. Quizá porque su esencia se quedó en la travesía. El tiempo se ha encargado de que le recordemos como el viajero por excelencia. El más intrépido del mundo musulmán de todos los tiempos.