Goytisolo, el escritor que convirtió Jemaa el Fna en Patrimonio de la Humanidad
Fue en Jemaa el Fna, el centro neurálgico de la ciudad, donde el escritor encontró lo que buscaba. Una plaza a las puertas de la medina llena de historias que eran narradas por dentistas, adivinos, curanderos, encantadores de serpientes o aguadores. Poetas callejeros, músicos bereberes, improvisadas pitonisas, avispados comerciantes y bailarines gnawis convertían cada noche la palabra en la mejor herramienta para atraer a foráneos y extranjeros.
Fascinado por su lengua, Goytisolo comenzó su proceso de aprender el dariya a base de mezclarse con la gente local en los cafés que rodeaban la plaza. Los lugareños le acogieron como uno más y comenzaron a enseñarle el dialecto a través de conversaciones que él grababa en cassettes para escucharlos posteriormente en su casa, situada a pocos pasos de la plaza que le servía de improvisada escuela.
La plaza de Jemaa el Fna
Hoy en día Jemaa el Fna es todo un símbolo de Marruecos, pero hace años no era un lugar tan seguro como lo es ahora. De hecho, decir a alguien que era “hijo de la plaza” era considerado casi un insulto hasta que intervino Juan Goytisolo. Su lucha comenzó el mismo día que tuvo constancia de que las autoridades locales habían dado el visto bueno a la construcción en la plaza de un centro comercial de cristal y hormigón, con un parking subterráneo. Una mal entendida modernización que iba a acabar para siempre con la esencia de este lugar único en el mundo.
Dispuesto a impedirlo, Goytisolo escribió varias papeletas de su puño y letra en la que se leía “Yo soy hijo de la plaza. Y lo digo con mucho orgullo”. Comenzó a repartirlas entre las tiendas de la plaza y fue el germen de un movimiento al que se sumaron numerosos intelectuales contactados por el escritor español.
En su lucha por salvar la plaza del rodillo inmobiliario, Goytisolo pasó a presidir la Asociación en Defensa de Jemaa el Fna y fue el encargado de redactar el expediente que dio como resultado que la plaza fuera inscrita como espacio cultural por la UNESCO en 2001 y declarada Patrimonio Inmaterial de la Humanidad en 2008.

Un vecino más
Durante toda su vida Goytisolo siguió viviendo en Marrakech y tomando té en los cafés tradicionales de Jemaa el Fna con quienes él denominaba su tribu: la familia de su inseparable amigo Abdelhadivc y sus ahijados marroquíes. Durante años pudo vérsele, a la caída del sol, en el café Matich, su preferido antes de que cerrara sus puertas. Después, en el Satyam y posteriormente en el Café France, siempre charlando y aprendiendo de la gente local, a quienes, como no podía ser de otra manera, dedicó el Premio Cervantes, en 2014.
El escritor consiguió que se le considerara un vecino más de Marrakech y en numerosas entrevistas se proclamaba hijo de esta ciudad que le regaló tanta paz en los últimos años de su vida. Pero, sobre todo, el escritor amó la plaza de Jemaa el Fna, describiéndola en Makbara o La Cuarentena como el lugar que le permitía retroceder en el tiempo hasta el periodo medieval e imaginarse escuchando cada noche el Libro de Buen Amor del Arcipreste de Hita.
Un amor correspondido
“Hay que pasear lentamente sin la esclavitud del horario, siguiendo la mudable inspiración del gentío. Perdido en un maremágnum de olores, sensaciones, imágenes, múltiples vibraciones acústicas: corte esplendente de un reino de locos y charlatanes”, señalaba el escritor a quienes le preguntaban por el encanto de la plaza.
Goytisolo murió en su casa de estilo árabe-andaluz de Marrakech, con un patio con limoneros y naranjos, el 4 de junio de 1017, a los 86 años. La Unión de Escritores de Marruecos, de la que era miembro de honor, proclamó que se había perdido “un símbolo de la cultura, del pensamiento, de la creatividad y de la lucha por los derechos humanos, así como una de las voces internacionales defensoras del diálogo y de la unión de civilizaciones y culturas”.
El escritor quiso ser enterrado en Marrakech y en un cementerio no católico, pero su familia decidió trasladar sus restos al cementerio civil de Larache, cerca de Tánger. A su entierro, y a los actos de homenaje que le sucedieron, acudieron numerosas autoridades españolas y marroquíes, aunque quienes más le lloraron fueron, probablemente, sus compañeros de tertulias de Marrakech.
Una noche, al poco tiempo de su muerte, el narrador Mohammed Bariz, siguiendo la tradición milenaria del halqa, contó a quien quiso escucharle historias inspiradas en su amigo Juan. En la lápida del escritor, situada junto a la del escritor Jean Genet y frente a la inmensidad del Atlántico, se puede leer una simple inscripción: “Juan Goytisolo. Escritor. Barcelona, 1931 – Marrakech, 2017”.