De profesión cuentero: el embrujo de los cuentos en Marruecos
Los cuentos forman parte del patrimonio inmaterial de Marruecos. Desde tiempos inmemoriales han saltado de generación en generación gracias a la tradición oral y el interés porque no se perdiera una cultura popular que recoge enseñanzas en forma de cuentos y leyendas, donde el cuentero tiene mucho que contar y el oyente mucho que aprender.
Los cuentos en Marruecos se han contado en las plazas públicas y los palacios, hipnotizando a la gente del pueblo y a los mismísimos sultanes. Hoy en día, aunque recuperados en libros, también se pueden seguir escuchando en escenarios públicos, como la plaza Jemaa El Fna de Marrakech, donde los cuenteros se abren paso entre los encantadores de serpientes, sacamuelas, danzantes, equilibristas, músicos y curanderos para contar una historia a todo aquel que se quiera sentar a escuchar.
Los cuentos de Jemaa El Fna
Marrakech, y su plaza Jemaa El Fna es el epicentro de los cuenteros de Marruecos. Un lugar donde cada día el narrador, a modo de bululah o juglar, muestra su habilidad oral para contar una historia a los curiosos que se arremolinan junto a él a cambio de unas monedas.
El cuentero llega apoyado en un largo bastón y cubierto con su burnús. Como es difícil llamar la atención de los asistentes por la algarabía del lugar lo primero que hará será trazar un círculo en el suelo con la ayuda de su bastón. Se colocará en el centro y comenzará, simplemente, a contar su historia, de la forma en la que comienzan los cuentos en Marruecos: “En los tiempos en que los ciegos cosían y los paralíticos saltaban por encima de las murallas…”.
Una vez captada la atención de los presentes comienza la halka, o lo que es lo mismo, una representación teatralizada en la que el cuentero será narrador e interpretará a los personajes sin dejar que la atención del espectador decaiga en ningún momento. Engolará su voz, paseará su mirada por todos los asistentes, y proyectará su cuerpo y su voz en todas las direcciones para que sea más fácil escucharle.
Como herramientas utilizará su bastón, su burnús, su voz y sus gestos. El bastón se transformará en un catalejo, en un caballo imaginario o en una feroz espada. Sus ropas levantadas con el bastón y sujetas por su mano serán interpretadas como una improvisada jaima. Y el burnús le servirá para disfrazarse de doncella, de vieja alcahueta o de león. Y en la imaginación popular tendrá forma de nube, de una cueva o de una montaña, según demande la historia.
La historia irá creciendo en intensidad hasta que el cuentero decida que ha llegado el momento de pedir sus honorarios entre quienes están deseosos de conocer el final. Y como la curiosidad es inherente al ser humano, los espectadores le darán algunas monedas con el fin de conocer cómo concluye una historia que incluso puede verse interrumpida de nuevo, si el cuentero considera que se ha incorporado más gente a su alrededor durante el tiempo en que ha ido avanzando el cuento.
Estrategias del cuentero
La competencia en plazas como de la Jemaa El Fna es feroz. Y a veces ocurre que los espectadores se distraen con el espectáculo que está ocurriendo al lado. De ahí que el narrador tenga que utilizar todos sus conocimientos y su técnica para realizar inflexiones de su voz y pausas llenas de intriga, lo que unido a sus interpelaciones directa, gestos y miradas, o incluso el uso de cánticos o instrumentos como el gembri o pandero, harán que el auditorio permanezca atento y le premie con unas monedas antes de continuar su camino.
Además, los cuenteros tienen estrategias para conseguir más dinero. Si un cristiano echa la primera moneda, gritarán “Alá ar el-meselmin”, que significa “vergüenza para los musulmanes”, obligando así al público árabe a ser tan generosos como lo ha sido su vecino. Si las monedas no son tan abundantes como habría esperar, el cuentero nombrará a los patrones de la ciudad en la que se encuentre, ya sea Marrakech, Casablanca o Fez, para pedir su protección y apelar al sentimiento religioso de sus oyentes. Y si los espectadores deciden irse poco a poco buscando experiencias más gratificantes en los espectáculos vecinos, el cuentista solo tiene que gritar “¡Khorju a el-waldin meskhut!”, que significa: “¡Que se vayan los malos hijos!”. Y nadie optará por desertar por miedo a que se le considere como tal.
Esclavas, mendigas y amantes de los cuentos
En Marruecos, no solo las plazas públicas son testigos de los cuentos mejor interpretados. También en la corte del sultán se escuchaban cuentos, normalmente a cargo de viejas esclavas con un amplio repertorio, que encandilaban a los nobles mientras degustaban un té con menta.
Un ejemplo lo tenemos en Muley Hasán, donde cada noche reunía a sus mujeres favoritas en el inmenso palacio del Aguedal de Marrakech, para escuchar, plácidamente tumbado sobre alfombras, los cuentos de su cuentera favorita, una esclava originaria de Larache con un repertorio inmenso.
Las mujeres de la servidumbre aprendían los cuentos escuchando a las esclavas de más edad e incluso a las mendigas que llegaban buscando asilo por una noche a cambio de un cuento procedente de otras regiones e implorando la buena voluntad de Alá. Y las cocinas del palacio se convertían así en otro de los lugares que mantenían vivo el imaginario colectivo de la cultura oral más ligada a la tradición marroquí.
Algunos de los cuentos marroquíes han sobrevivido durante siglos gracias a la labor de los cuenteros y las esclavas, pero también gracias a amantes de la cultura popular, como Françoise Légey, una médico de origen argelino que a finales del siglo XIX llega a Marruecos como funcionaria del Ministerio de Asuntos Exteriores francés para, entre otras funciones, estudiar la tradición oral y el folclore popular norteafricano.
Diferentes tipos de cuentos
Su pasión por los cuentos le lleva a recopilar y transcribir los que escuchó en plazas y palacios, organizándolos en tres series. En primer lugar, los cuentos autóctonos que encierran versiones locales de famosas historias de otras culturas, como el Príncipe Lagarto.
Pero también cuentos de animales, parecidos a las fábulas occidentales. Y leyendas dedicadas a la vida y milagros de los santos, como Sidi Bel Abbes, patrón de Marrakech, que es capaz de transformarse en pájaro para salvar a un devoto o mandar a un pecador hasta El Cairo de un puntapié.
Gracias a su recopilación se ha podido conocer que hay cuentos autóctonos que, sin embargo, son muy parecidos a los que existen en otros lugares de planeta. De hecho, muchos cuentos marroquíes actuales son una versión de cuentos europeos, por su cercanía geográfica, mientras que otros coinciden en temáticas, desarrollos y estructuras. Existen, por ejemplo, historias parecidas a la de Cenicienta o Blancanieves en versión marroquí.
Todos los cuenteros, en realidad, tienen un punto en común y es su lenguaje certero, que es capaz de hacer viajar al oyente con su imaginación, haciéndole ver paisajes de ensueño y las más fantasiosas acciones justo delante de sus ojos. Una tradición que ha estado presente en plazas y palacios, y que forma parte del patrimonio inmaterial de un país rico en leyendas, donde nunca faltó una joven esclava o un muchacho que, con los ojos y los oídos bien abiertos, decidía convertirse en aprendiz de cuentero para seguir perpetuando la tradición.
Imagen de portada: Paul Stocker, CC BY 2.0 DEED, Enlace