Ali Bey: un espía en la corte de Marruecos
Cuando una persona se define como arabista, autodidacta, políglota, botánico, viajero, lingüista, astrónomo, matemático y aventurero es que ha tenido una vida poco convencional. Domingo Badía y Leblich no la tuvo. Para conocer su historia y comprender cómo pudo hacerse pasar por un príncipe sirio musulmán, cuando en realidad era un espía español, quizá haya que comenzar por el principio.
Badía nació en Barcelona, en 1767. Hijo de Pedro y Catherine, una belga asentada en España, en 1778 la familia trasladó su residencia a Cuevas de Almanzora (Almería), donde a Domingo se le despertó el interés por el mundo musulmán.
Años más tarde, tras casarse, fijó su residencia en Córdoba y comenzó a estudiar árabe. Sus negocios le llevaron a la bancarrota y en el año 1793 se traslada a Madrid. Una idea le ronda la cabeza: realizar un largo viaje por territorios musulmanes, camuflado como un príncipe sirio descendiente de los abasíes, de nombre Ali Bey el Abbasí.
Un espía en Marruecos
La idea podía parecer descabellada, pero Badía logró convencer a Manuel Godoy, el todopoderoso valido del rey Carlos IV, a quien le propuso un ambicioso plan de espionaje al sultanato de Marruecos que, disfrazado bajo la apariencia de un viaje científico, tenía como último fin allanar el camino para un golpe de estado contra el sultán. Godoy le dio vía libre, financiando su viaje y sin saber que lo que realmente anhelada Badía era una aventura en un terreno prácticamente inexplorado por un ciudadano español.
Y así, un 29 de junio de 1803, Badía llegaba al antiguo fuerte de Asilah, cerca de Tánger, en medio de una niebla que hacía presagiar todos los secretos que el español, bajo su falsa identidad, tendría que esconder a partir de entonces, convertido en el primer espía internacional.
Durante dos años, el alter ego de Domingo Badía, Ali Bey, se movió por Marruecos con total fluidez. Su nivel de árabe era tal que nadie sospechó. Y poco a poco se fue codeando con los grandes del sultanato, infiltrándose para conseguir cualquier dato que sirviera a Godoy, que pagaba su sueldo. Hasta tal punto llegó a sentirse cómodo, que el sultán de Marruecos, Muley Solimán, le regaló un palacio al considerarle uno de sus mejores amigos.
El viaje continúa
Badía, que pasaba información al coronel Amorós, afincado en Tánger, aprovechaba su estancia en Marruecos para realizar unos cuadernos de viaje detallados, con sensacionales dibujos. En diciembre de 1805, el sultán comenzó a sospechar de Badía. Poco después fue llevado a Larache bajo engaño y era expulsado de Marruecos. Una circunstancia que permitió al español a prolongar su viaje científico por Argelia, Libia, Palestina, Siria, Turquía y Arabia Saudí.
Una vez en territorio español, ofreció sus conocimientos sobre los países árabes y sus experiencias de viaje para que España pudiera desarrollar una eficaz política exterior y nuevas relaciones con los países musulmanes. Pero el escenario internacional y las prioridades habían cambiado.
Un libro para amantes de lo exótico
Badía se presentó a Napoleón y le ofreció trabajar para él. Impresionado por sus conocimientos, le remitió a su hermano José Bonaparte con una carta de recomendación. Esto le valió ser considerado como afrancesado por el pueblo de Madrid. Cuando la aventura de los Bonaparte acabó en España, a Badía no le quedó más remedio que exiliarse a Francia. Fue allí donde le dio forma a dos volúmenes recogidos bajo el título Voyages d’Ali Bey en Afrique et en Asie.
El libro Viajes por Marruecos, Trípoli, Grecia, Egipto, Arabia, Palestina, Siria y Turquía, que pasó desapercibido en España, se leyó con gran interés en el resto de Europa, pues recogía descripciones pormenorizadas de las ciudades que Badía visitó, además de observaciones acerca de botánica, geografía, geología, zoología y meteorología, y decenas de mapas y dibujos. Y entre las anécdotas, la visita del español a la Meca, que le convirtió en el primer no musulmán en entrar en el santuario de la Kaaba. Si hubiera sido descubierto, esta osadía le hubiera conducido a una muerte segura.
La obra, que conseguía transmitir cómo era el mundo musulmán a los occidentales que nunca habían puesto un pie en esta cultura, fue considerado un libro de cabecera de aventureros y osados viajeros.
Muerte en Damasco
La mente inquieta de Badía le hizo comprender que su destino estaba en tierras extranjeras y por ello viajó hasta Oriente, con un nuevo nombre, Ali Otman. Allí lo descubrieron los servicios secretos británicos, quienes probablemente lo envenenaron el 31 de agosto de 1819, recibiendo sepultura en esta tierra a los 50 años.
En España su figura pasó desapercibida hasta que en Barcelona le dedicaron una calle a su alter ego, Ali Bei, el nombre que utilizó en su viaje por Marruecos. La interculturalidad del barrio en la que está situado es, probablemente, el mejor homenaje que pudieron hacer a un hombre que amó a Marruecos y vivió mil vidas en una sola. Alguien a quien le sobraba valentía y nunca le faltaban unas infinitas ansias de viaje.
Domingo Badía, Ali Bey o Ali Otman eran la misma persona. Fue el primer espía español de la historia, pero también un hombre de ciencia, que con su peculiar viaje dejó al mundo un claro legado: el miedo se nutre del desconocimiento.