Palais Claudio Bravo en Taroudant: un oasis lleno de arte
Palais Claudio Bravo es un hotel de Taroudant, pero también un palacio y un museo. Recoge la obra del pintor chileno hiperrealista Claudio Bravo que, enamorado de Marruecos, encontró en Taroudant, a los pies del Atlas, el lugar perfecto para levantar su casa, vivir su faceta más espiritual y centrarse en su pintura, aislándose del mundo.
Tras su fallecimiento, en 2011, el palacio fue transformado en un hotel que contiene gran parte de su obra. Abierto también como museo, el alojamiento se convierte en el oasis de su arte, conservando la esencia del genial pintor en cada una de sus estancias.

Un palacio en Taroudant
Palais Claudio Bravo es un secreto a los pies del Atlas. Un auténtico placer para los sentidos y una sorpresa para quienes se acercan hasta el alojamiento atraídos por su nombre, pero sin saber muy bien qué se van a encontrar.
El asombro suele ser mayúsculo cuando descubren que se trata de un lugar mágico, cuyas estancias están bañadas por la inevitable presencia de Claudio Bravo, el pintor que hizo de Marruecos el centro de su creatividad.
Bravo nació en Valparaíso (Chile) y comenzó a pintar a una edad muy temprana, demostrando un talento innato. A los 11 años ya era considerado un prodigio, y a los 17 años ya había desarrollado una técnica que le hacía crear pinturas hiperrealistas asombrosas.
El artista viajó por todo el mundo, viviendo en países como España y Filipinas antes de recalar en Marruecos, un país que tuvo un gran impacto en su arte y que le enamoró hasta el punto de transformarlo en su hogar. Tras establecerse en Tánger y Marrakech, finalmente llegó en Taroudant, a 80 kilómetros de Agadir, y al momento supo que estaba en casa.
A las afueras de Taroudant construyó este palacio hoy transformado en hotel, que le permitía empaparse de la luz de Marruecos cada amanecer para después plasmarla en su obra. En una finca de unas 15 hectáreas, el Palais Claudio Bravo es un canto de amor por la estética y la cultura de Marruecos, y ese es, precisamente, uno de los aspectos que más gustan a los huéspedes que se suelen acercar hasta el alojamiento para descansar unos días en medio del exotismo marroquí, aderezado con el arte de Bravo y la tranquilidad del lugar.

Al más puro ambiente marroquí
El Palais Claudio Bravo fue diseñado por el propio pintor, basándose en la distribución de su primera residencia en Tánger. Lo primero que llama la atención es el majestuoso portón árabe de entrada, de madera y en forma de arco ojival, que da paso a un camino flanqueado por palmeras que conduce a la entrada del edificio principal.
El alojamiento cuenta con diferentes estancias, espaciosas y de techos altos, comunicadas con grandiosas puertas de madera maciza, pasillos, galerías y patios interiores. En las paredes, gigantescos ventanales dejan pasar la embriagadora luz de Marruecos a las estancias, pintadas de blanco, gris claro o beige. Esto provoca la ilusión óptica de una extraña tridimensionalidad, como si objetivos decorativos y muebles estuvieran flotando.
Baúles, esculturas y piezas de cerámica se combinan con lámparas forjadas por artesanos marroquíes y cuadros del artista, además de bustos y columnas romanas y esculturas egipcias originales. El resultado es una mezcla de antigüedades y arte moderno, salpicada de elementos típicamente marroquíes, desde mosaicos y alfombras a muebles tallados, formando un todo armonioso que resulta acogedor y exótico a partes iguales.
Estancias llenas de encanto
Existen seis tipos de habitaciones, desde la clásica a la superior, pasando por la Excutive Suite, la Junior Suite, la Senior Room y la Family Suite, todas ellas con diferente decoración y cuadros de Claudio Bravo presidiendo las estancias.
En los espacios que se muestran a modo de museo destaca el estudio del pintor, que se conserva tal cual lo dejó, con su caballete y su colección de pinceles, ordenados en grupos por tamaños. Sobre el escritorio, dos hojas manuscritas cuentan las preocupaciones del artista antes de morir, ya que días antes había sido diagnosticado de epilepsia. Fue en este mismo estudio cuando Bravo comenzó a sentirse mal el 11 de junio de 2011, sobre las ocho de la tarde, tras la habitual jornada de trabajo del pintor, que solía pasarse el día trabajando en esta parte de la vivienda. Un infarto acabó con su vida, sin que hubiera posibilidad de llevarle a un centro sanitario.
Y si el estudio impresiona por la historia que esconde, de entre las estancias comunes los huéspedes destacan el comedor con chimenea, donde se sirven las cenas entre velas, arias de ópera de María Callas, jarrones otomanos, licoreras, esculturas y otras obras de arte. Este era el lugar donde el pintor solía comer, siempre solo, en una mesa para seis personas que nunca presidía, porque prefería sentarse en el lado izquierdo, según recordaba Bachir Tabchich, su asistente personal y amigo más cercano, tras su muerte.
Bachir le acompañó durante décadas, trasladándose con su familia a Taroudant cuando Bravo decidió mudarse a esta finca. Era, junto con su hijo Rashid, las personas que mejor conocían al pintor, al que recuerdan siempre amable pero con mucho genio, y las únicas que tenían permiso para entrar en sus espacios privados sin necesidad de llamar a la puerta.
“Claudio renunció a todo por la pintura. A su familia, a enamorarse, a viajar… Muchas personas no entendían por qué no celebraba la Navidad, ni su cumpleaños, y pasaba 12 horas al día trabajando y otras 12 durmiendo. Supongo que es propio de los artistas”, comentaba Bachir tras la muerte de su amigo Bravo, justo antes de que Palais Claudio Bravo abriera las puertas al público.

Un jardín de ensueño
La finca del Palais Claudio Bravo se caracteriza también por sus magníficos exteriores, ya que el pintor era un amante de la belleza natural y el paisajismo. Este es el motivo por el que los jardines, convertidos en un oasis de belleza, serenidad y silencio, conservan una gran variedad de plantas locales y exóticas, además de preciosas fuentes y estanques.
Respetuoso con las tradiciones musulmanas, Claudio Bravo levantó una mezquita en la finca, para que sus empleados pudieran rezar, y un alminar de 25 metros de altura. Pero si algo resulta icónico en este alojamiento-museo es su laguna artificial, que servía para almacenar el agua que necesitaban los campos, los viñedos y naranjos, y que fue diseñada por Bravo tomando como referencia el Jardín de la Menara de Marrakech.
Junto a las hermosas piscinas, los huéspedes pueden tomar té de menta y pasteles, con las montañas del Atlas como telón de fondo. Y entre otras actividades, también pueden visitar las cuadras, donde se alojan caballos árabes pura sangre.
Alojarse en Palais Claudio Bravo supone no solo envolverse de la tranquilidad y el relax de un palacio en Taroudant, a los pies del Atlas, sino también disfrutar de una arquitectura única, un mobiliario artesanal y el arte de un pintor que se enamoró de la luz de Marruecos que entraba por los ventanales de su mansión. Una experiencia sensorial para recordar de por vida.