Matisse en Tánger: la exótica luz que inspiró al pintor
El hecho de que el magnate no quisiera sus cuadros hizo que el artista comenzara a dudar de su talento artístico. Aconsejado por sus seres queridos, emprendió un viaje hacia un lugar tranquilo y exótico, que le permitiera descansar y recuperarse. Y para ello eligió Tánger, una de las ciudades más internacionales y cosmopolitas de Marruecos por aquella época.

Azul intenso y luz única
Cuando llegó a Tánger, Matisse, que acababa de cumplir 44 años, quería recuperar la ilusión por la pintura. Pero la mala suerte hizo que estuviera lloviendo dos semanas seguidas, algo inusual en la ciudad marroquí.
Recluido en la habitación 35 del Hotel Ville de France, en el conocido como barrio diplomático, Matisse contemplaba desde su ventana los tejados de la parte antigua de la ciudad y la bahía. Tras las lluvias, poco a poco el cielo se fue abriendo y con él llegó el azul más puro y una luz única, que hizo pensar al artista que había llegado al paraíso. En esta habitación Matisse pintó “Paisaje visto desde una ventana”, una de sus obras más icónicas. Y poco a poco, la ciudad le fue devolviendo la alegría de vivir.
De vuelta a Tánger
La primera visita a la ciudad marroquí se prolongó hasta abril de 1912, tiempo suficiente para que el artista se fuera enamorando de ella y regresara con diferentes cuadros para Morozov, que fueron de su agrado. Esta primera visita le supo a poco al pintor, que regresaría apenas siete meses más tarde para proseguir con una obra pictórica inspirada en la estampa tangerina, en una visita que se prolongaría hasta febrero de 1913.
En los siete meses que permaneció en Tánger, Matisse pintó todo lo que le llamaba la atención. En total, más de una veintena de cuadros y dibujos de gran colorido, como “Los marroquíes” y “La puerta de la Casbah”, actualmente en el MoMa de Nueva York o “Vista sobre la bahía de Tánger”, que hoy se puede contemplar en Grenoble. Y mientras pintaba, el artista sentía que regresaban las ganas de vivir y que era capaz de controlar sus emociones para seguir avanzando en su pintura. En este sentido, Tánger supuso un antes y un después en la vida personal y artística de Henri Matisse, que consiguió resurgir de sus cenizas con este viaje introspectivo.

Rincones que fascinaron al pintor
Aunque ya hace más de un siglo que Matisse estuvo en Tánger, la ciudad sigue conservando algunos de los rincones que fascinaron al pintor, como la puerta Bab El-Assa, que el artista plasmó en mural de grandes dimensiones que hoy conserva el Museo Pushkin de Moscú.
A Matisse le apasionaba la cotidianidad y la autenticidad de las calles de Tánger. No solo sus paisajes y su arquitectura, bañada por la inconfundible luz norteafricana, sino también sus gentes, de rasgos étnicos y vestidas con colores vibrantes. Destacan los cuadros en los que el pintor pinta a Zorah, una joven marroquí que trabajaría como modelo en sus obras.
Entre la inspiración y la espiritualidad
A su regreso a París, en abril de 1913, Matisse expuso sus obras en la galería Bernheim-Jeune, y enseguida pasaron a formar parte de colecciones privadas de mecenas como Serguéi Shchukin, cuyos encargos contribuyeron a financiar los siguientes viajes del artista.
El pintor francés fue el primero de los artistas de la época que eligieron Marruecos a modo de retiro a medio camino entre la inspiración y la espiritualidad, como el pintor Charles Camoin. La búsqueda del exotismo que Europa no podía ofrecer a Matisse dio sus frutos y cambió para siempre la carrera del artista, quien escribiría a su amigo Camoin para decirle: “no estoy descontento, aunque eso sea difícil. La luz es tan dulce… es otra cosa completamente diferente al Mediterráneo”.

La ventana de la habitación 35
La visita de Matisse a Tánger no solo dejó su impronta en los cuadros. Muchos viajeros acuden cada año al Hotel Ville de France, quien tras entrar en decadencia y cerrar sus puertas en 1992 volvió a abrir sus puertas en 2015. La profunda renovación que se llevó a cabo no ha influido, sin embargo, a la hora de modificar la habitación que ocupó el pintor, que continúa conservando el encanto de antaño.
Cuando entran en la estancia los visitantes no prestan demasiado atención a su cuidada decoración, en donde los arcos y el trabajo artesanal toman un especial protagonismo. Su vista se dirige inevitablemente a la ventana. Ese ventanal de la habitación 35 con unas vistas que hicieron que Matisse recuperara su cordura y su ilusión, y el mundo pudiera seguir disfrutando del talento del artista.
Matisse, que acudió a Marruecos para recuperarse de una crisis existencial y profesional, salió reforzado de su visita a Tánger. Sus gentes, su luz y sus colores marcaron un punto de inflexión tanto en su vida como en su obra, contribuyendo a convertirle en uno de los mejores pintores de todos los tiempos.