Gran Teatro Cervantes de Tánger: el brillo fugaz de un edificio mítico
Algunos edificios conservan una aureola mítica, como si hubiesen sido construidos con el objetivo de trascender. Son lugares que guardan los secretos de un inconmensurable pasado a sus espaldas y miles de anécdotas. Inmuebles que desafían la memoria manteniendo su dignidad intacta, aunque su aspecto exterior haya quedado deslucido por el implacable paso del tiempo. El Gran Teatro Cervantes, en Tánger, es uno de ellos.
Con titularidad española, fue el teatro más grande y más reconocido de todo el norte de África. Antes de que comenzara a construirse, en 1911, tomó forma en la imaginación de Esperanza Orellana, su marido Manuel Peña y el empresario Antonio Gallego, quienes se empeñaron en levantar un gran teatro para orgullo de Tánger. Dos años más tarde de la colocación de la primera piedra, en un acto solemne en el que estuvo presente Hadj Ben Abdessadak, pachá de la ciudad, sería su inauguración. Con toda la pompa que un teatro de 1.400 plazas, una capacidad sorprendente para la época, merecía.
Al amparo de su fama, y animados por en entusiasmo de la población de Tánger, bajo administración internacional, el Gran Teatro Cervantes comenzó a recibir a artistas y obras de primera talla, como el Othelo de Shakespeare, que recogió los aplausos de un público árabe y europeo, completamente entregado.

Artistas sobre sus tablas
También pisaron sus tablas artistas muy conocidos de la época, como el gran tenor Enrico Caruso, Estrellita Castro, Imperio Argentina, Juanito Valderrama, Carmen Sevilla, María Caballé o Lola Flores, sin olvidar la oportunidad que se blindó a artistas locales, como Abdeslam Ajenoui y los componentes de la compañía El Haded, conformada por actores musulmanes. Fue su época de gran esplendor, donde el letrero de “No hay entradas” colgaba de las taquillas antes de cada función para frustración de quien se acercaba a última hora esperando conseguir una butaca.
A las obras de teatro se le unieron fiestas privadas y de fin de año, y reuniones de carácter cultural. Hasta los años 50, el Gran Teatro Cervantes de Tánger siguió teniendo un nombre en el panorama internacional. Sin embargo, con el paso del tiempo, el brillo y la fama se fueron apagando, hasta quedar casi en el abandono. El teatro permaneció abierto hasta los años 80 y en 1993 prestó servicio cultural por última vez con una exposición fotográfica. Ante sus paredes desconchadas, las columnas deslucidas, sus goteras, los ángeles protectores venidos a menos y sus ventanas tapiadas escondiendo los restos de la pintura original, pocos recordaban cuando pasaban junto al inmueble todas las noches de esplendor que vivió.
Intento de relanzamiento
En 2006, en un intento de resucitarlo, el Ministerio de Cultura de España y su homólogo marroquí firmaron un acuerdo que le ofrecía una segunda oportunidad como edificio orientado a actividades culturales. Un año más tarde se destinaron casi 100.000 euros a la rehabilitación no solo de su aspecto exterior, sino también de su estructura, tras comprobar que el edifico sufría daños arquitectónicos.

Sin embargo, nunca logró recuperar su antiguo esplendor, a pesar del interés de la iniciativa privada y los esfuerzos por parte de artistas que no podían consentir que un edificio de tanta relevancia se perdiera. Así, en el centenario de su inauguración, la pintora Consuelo Hernández y los escritores Jesús Carazo, Mezouar El Idrissi y Santiago Martín Guerrero intentaron salvarlo recaudando fondos con el libro “Un escenario en ruinas. Llamamiento artístico-literario por la recuperación del Gran Teatro de Tánger”. Y ese mismo año se celebró en el Instituto Cervantes de Tánger una exposición que pretendía recordar todo lo que significó para la ciudad, en la que estuvieron presentes los españoles residentes en la ciudad en sus años de esplendor, quienes contribuyeron a estirar su recuerdo al menos unos meses más.
Cesión y compromiso
En 2019, el Gran Teatro Cervantes de Tánger se declaró en ruina, materializándose su traspaso de España a Marruecos en forma de donación, con el fin de que el teatro no terminara cayéndose y perdiéndose para siempre.
La única condición que puso el Estado español para su cesión fue el compromiso por parte de Marruecos de la restauración del edificio, respetando totalmente su arquitectura original. Además, se solicitó la conservación de su nombre para que no se perdiera la memoria de lo que un día fue y el compromiso de mantener un componente español en su programación cultural una vez que volviera a abrir sus puertas.

Tres años para recuperar su esplendor
El plazo máximo señalizado para la rehabilitación del inmueble en el acuerdo de cesión del edificio es de tres años. El Gobierno español ha insistido en que vigilará que se cumplan las condiciones impuestas. Aunque ha señalado que si no se cumplen el acuerdo quedará revertido, lo cierto es que en el texto de la cesión no aparece ninguna cláusula con esta condición.
De momento, y a pesar de que el teatro ha sufrido de una pequeña reforma para evitar que se caiga, las grandes obras que tendrían que devolverle su brillo original todavía no han comenzado. En estos meses ha ido tomando forma una iniciativa por parte de la ciudadanía de Tánger que, bajo el nombre “Sostener lo que se cae”, pretende recuperar el edificio para representaciones teatrales y actividades culturales. El Gran Teatro de Tánger sigue esperando su oportunidad para confirmar que segundas partes siempre fueron buenas.