AnaYela: un riad de leyenda en Marrakech
AnaYela significa “Yo soy Yela”. Se trata de un pequeño alojamiento que ocupa un palacete de más de tres siglos de actualidad. Muchos lo eligen como lugar de descanso por su estratégica situación en medio de la vorágine de la ciudad de Marrakech, mientras que otros llegan hasta él atraídos por la curiosa historia de amor que le da nombre. Y es que los muros de AnaYela cuentan la historia de Yela, la niña que hace muchos, muchos años vivió allí.

El primer beso
Cuando este precioso palacio de Marrakech fue renovado en 2007, los obreros que se ocupaban de las demoliciones que forman parte de la rehabilitación se toparon con un elemento inesperado. Se trataba de una pequeña habitación, tras una falsa pared en un anexo a la casa principal, que nadie sabía que existía. En el compartimento no había nada, salvo un pequeño cofre con aspecto antiguo, hecho de madera y con incrustaciones de plata.
Dentro se escondía una simple hoja de papel, escrita a mano en una antigua caligrafía árabe, que comenzaba así: “Mi nombre es Yela y tengo 16 años. Hoy es el último día en esta maravillosa casa que construyó mi abuelo hace muchos años. Me voy a casar con el hombre que ha conseguido mi amor, y a quien amo con todo mi corazón”.
La carta seguía narrando cómo desde la terraza del palacio se podían ver los tejados de Marrakech, las montañas del Atlas cubiertas de nieve y el palmeral que daba paso al desierto. Yela, por las noches, solía subir a la azotea y sentarse en una vieja alfombra para contemplar la luna y las estrellas.
Muy cerca del palacio vivía un muchacho de su edad que una noche trepó por los tejados hasta llegar a donde ella se encontraba. Confesándole que podía volar sobre la alfombra en la que estaba sentada, le pidió un beso para demostrárselo, pero ella rechazó la oferta. Durante las noches siguientes, la escena se repitió.

Volando sobre los tejados
La insistencia hizo que Yela finalmente accediera a ese beso. En el momento en que sus labios se juntaron perdió la noción del espacio y el tiempo. Sentía que la alfombra se había elevado en el aire, llevándolos a los dos través de los tejados de la ciudad roja. Cuando el beso terminó, observó que les había depositado de nuevo en la azotea de su palacio.
Poco importaba si lo que acababa de vivir era real o lo había imaginado. Ella ya no tenía lugar a dudas: se iba a casar con el hombre que había conquistado, con un beso, su corazón. “A menudo pienso en esa noche y en la alfombra voladora, y espero que muchos más después de mí vuelen en ella y encuentren el amor”, terminaba la carta.
Un calígrafo grabó la historia que contaba la carta en plata. Fue colocada en la puerta de la casa, como si fuera la portada de un libro con una maravillosa historia de amor en su interior. El palacete tomó el nombre de la protagonista de la misiva y, tras meses de rehabilitación a cargo de los mejores restauradores de la ciudad, el riad abrió sus puertas.

Rincones llenos de encanto
El resultado es un alojamiento en donde cada rincón esconde detalles elaborados a mano por los artesanos locales, inspirados en la maravillosa historia de amor que vivió la casa. Y es precisamente esta minuciosidad en los trabajos lo que convierte al palacete en un alojamiento cálido y acogedor, donde el auténtico lujo es un servicio atento, cercano y servicial.
El corazón de AnaYela es un bonito patio con una piscina. En la planta baja hay dos habitaciones de lujo y una sala de estar, que se abren a la piscina. En el primer piso se encuentra una habitación superior y dos suites, además de un salón abierto que los huéspedes pueden utilizar para entablar conversación, jugar una partida de backgammon o simplemente relajarse con un libro en la mano.
Cada una de las 5 habitaciones que conforman el riad posee una decoración única. Y dos de las suites cuentan con una romántica chimenea. No faltarán los detalles, como cubiertos de plata, preciosos espejos, decoración en madera o con azulejos pintados a mano, antigüedades marroquíes, una pila de cojines sobre la cama, bañera abierta a la habitación, y velas e incienso para recrear el escenario de las mil y una noches.

Un rincón muy especial
La terraza, tal y como contaba la historia de Yela, posee unas bonitas vistas de Marrakech y es imprescindible visitarla tanto de día como de noche. Allí se sirven desayunos y cenas, y algunos huéspedes la utilizan para tomar el sol o para celebrar fiestas de cumpleaños o un cóctel privado, ya que el riad se puede reservar completo, alojando a 10 personas.
Como no podía ser de otra manera, la pequeña torre que posee la azotea, donde Yela encontró el amor, cuenta con un romántico rincón que actúa como mirador sobre la ciudad. Solo hay que solicitar un desayuno o una cena privada y dar un beso que, como el que recibió Yela, te haga volar.
Si quieres adentrarte o disfrutar de la gastronomía marroquí en el riad AnaYela, el chef Kahdija te preparará un menú de tres platos y elaborado con ingredientes frescos, comprados en el día. También se pueden encargar comidas o cenas de 4 o 5 platos o bien de estilo buffet, donde no faltará la sopa harira, briouats con queso o pollo, cuscús bereber con 7 verduras y carne, y tagine en una amplia variedad de especialidades.

Solidaridad y tradiciones
Pero, además, AnaYela esconde otra historia que habla de solidaridad. En los trabajos de restauración del riad, Andrea Bury, una de las directoras del alojamiento, se sintió conmovida al ver la minuciosidad y profesionalidad con la que trabajaban los artesanos locales. Tradiciones que, sin embargo, están desapareciendo con el paso de las generaciones, y que esconden la belleza y la identidad del pueblo marroquí.
Fue entonces cuando Andrea decidió crear la Fundación Abury, que se apoya en la filosofía que considera que todo el mundo tiene unas habilidades innatas increíbles, que solo necesitan del entorno adecuado para tener la oportunidad de florecer. Con el apoyo de Omar Nahli, también director del inmueble, y Mehdi Ennarici, gerente del alojamiento, la Fundación Abury se puso en marcha en 2011.
La Fundación apoya a una escuela situada en las montañas del Atlas, a aproximadamente hora y media de Marrakech, donde un grupo de 40 mujeres y 60 niños aprenden a leer y a escribir para labrarse un futuro y descubrir cuáles son las habilidades que les permitirán abrirse camino. Mientras se apoya el futuro de los niños, el empoderamiento de las mujeres y el desarrollo comunitario, desde AnaYela se impulsa el trabajo de los artesanos locales, para que no se pierdan los oficios tradicionales.
Cuando se rehabilitó el riad de AnaYela, nadie esperaba encontrar la carta en la que Yela contaba su bonita historia de amor. Fue esa leyenda la que dio nombre al palacio y marcó la trayectoria del riad, haciendo de él uno de los rincones más románticos de Marrakech.